UNO Marzo 2015

Por qué una empresa no es un negocio

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La contestación a la interrogante que plantea el título de este texto tiene una respuesta fulminante: el concepto de negocio remite a una idea elemental que consiste en ganar dinero con una actividad lícita sin una aportación adicional de valor añadido a la sociedad, en tanto que una empresa es un agente que socializa valores que sirven activamente para la convivencia. La diferencia consiste, también, en que un negocio resulta una organización inerte y una empresa dispone de atributos inmateriales, entre ellos los de una inteligencia corporativa en función de la cual sus decisiones están guiadas, no sólo por el legítimo logro de beneficios, sino también por la responsabilidad social.

Esta enorme diferencia entre negocio y empresa la ha tratado con exhaustividad y muy eficazmente el think tank español más emergente: el Círculo Cívico de Opinión que en noviembre de 2014 editó su cuaderno nº 14 dedicado al epígrafe “Empresa, función empresarial y legitimidad social de los empresarios”. Integrado por catedráticos, periodistas, profesionales y pensadores, el Circulo Cívico de Opinión acaba de hacer una aportación fundamental a la comprensión de la empresa como un factor social constructivo e indispensable. Explica en el preámbulo del cuaderno citado que “en su concepción clásica, el empresario era simplemente la persona que organizaba y manejaba los riesgos de un negocio, y sus principales funciones consistían en anticipar el futuro, emplear eficientemente los recursos productivos, proveer de bienes a los consumidores, buscar nuevas oportunidades de negocio y liderar el proceso de cambio con una acción proactiva de arbitraje a partir del sistema de señales que proporcionan los precios. Gobierno del riesgo, innovación y proactividad eran, pues, las tres dimensiones fundamentales de la función empresarial en la época del laissez faire”.

Un negocio resulta  una organización inerte  y una empresa dispone de atributos inmateriales, entre ellos, los de la inteligencia corporativa que guiará su responsabilidad social

Sin embargo, este estadio en la consideración del empresario ha sido ya superado por las exigencias sociales que se plantean a los gestores: ahora se requiere que todas esas funciones se practiquen en un marco de alta responsabilidad y sensible sentido ético. De ahí nació la responsabilidad social corporativa que ha sido definida recientemente por la Comisión Europea como la función que “maximiza la creación de valor compartido por todos e identifica, previene y atenúa las posibles consecuencias adversas de las compañías en el ejercicio de su actividad”. Es decir, la RSC es la consagración definitiva de la empresa y de la función empresarial como una variable de la construcción de una sociedad que se desenvuelve en un proceso siempre cambiante y transformador.
De este rol social de la empresa se deducen muchas obligaciones de las empresas hacia su propio funcionamiento y de la sociedad y los gobiernos hacia ellas. Hoy por hoy, la empresa ha de tener un cerebro que elabore sus decisiones inteligentes que consisten en insertar sus decisiones en los contextos sociales, políticos, económicos y culturales en los que han de obtener los mayores beneficios, entendidos éstos no sólo en su acepción estrictamente material o monetaria, sino en términos mucho más amplios que son los de generar valor compartido. La inteligencia de las empresas consiste en la acumulación de conocimientos de variada naturaleza, en su procesamiento y análisis y en la adopción de decisiones coherentes con las conclusiones que de ese proceso de reflexión se haya obtenido.

 

Se han acabado ya las concepciones anacrónicas en las  que los saberes multidisciplinares residían sólo en las universidades,  al margen de las empresas.  La gestión empresarial absorbe grandes conocimientos

 

Una de las muchas y nefastas consecuencias de la crisis económica consiste en la deslegitimación social de las empresas, de su consideración negativa en el remonte de la recesión y la pérdida de su rostro social. De ahí que dos catedráticos de Organización de Empresas –Emilio Huertas Arribas de la Universidad Pública de Navarra y Vicente Salas Fumás de la Universidad de Zaragoza– hayan propuesto en la publicación antes referenciada una serie de medidas –en el ámbito español pero válidas desde una perspectiva comparada– para recuperar el papel nutriente de la empresa en la sociedad, es decir, en el regreso a la aplicación de la inteligencia corporativa en la gestión empresarial.

Para estos docentes debe comenzarse por reconocer que la confianza empresa-sociedad es un valor estratégico que se ha de defender; que se ha de cuidar el lenguaje y el uso de palabras para superar la situación actual con la que los ciudadanos (en referencia a los españoles) expresan una gran desconfianza hacia las grandes empresas; que la empresa crea valor social y que por ello hay que evitar separar conceptos como valor económico y valor social de las aportaciones de las empresas a la sociedad; que la información y la transparencia son los ejes de la comunicación interna y externa de las empresas; que hay que explicar a la opinión pública la estrategia y políticas de remuneración y contratación del talento que realizan las empresas; que la empresa española –no así la de otros países– tiene un historial de crecimiento muy volátil y debería, por tanto, evolucionar hacia otro más sostenido y, finalmente, que las empresas deben construir un compromiso fuerte hacia las personas impulsando nuevos modelos de relaciones laborales.

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En definitiva, el empresario y su instrumento –la empresa– no es, en palabras de Álvaro Cuervo, catedrático de Economía de la Empresa, un “buscador de rentas”. Entonces, ¿qué es? La respuesta –una magnífica respuesta– la ofrece otra autoridad en la materia, Santiago García Echevarría, catedrático de Política Económica de la Empresa en la Universidad de Alcalá: “Sin empresarios eficientes, ética y económicamente, no existe la posibilidad de funcionamiento eficiente de una sociedad moderna. El empresario es la clave del crecimiento económico, del empleo y de la competitividad generadora de los recursos necesarios para el desarrollo integral de las personas. De la existencia de la figura empresarial depende el desarrollo de la economía y la eficiente disposición de los recursos escasos necesarios para cubrir las necesidades de las personas”.

El reto o el desafío empresarial que la sociedad de nuestros días atribuye a la empresa y al empresario sólo puede satisfacerse con la incorporación de talento a la organización para desarrollar los conocimientos necesarios que den respuesta al rol social empresarial. Se han acabado ya las concepciones anacrónicas en las que los saberes multidisciplinares residían sólo en las universidades, al margen de las empresas. No es posible ya la gestión empresarial sin la absorción de amplios y profundos conocimientos específicos y generales. Los grandes fiascos empresariales se han producido muchas veces –más allá de comportamientos personales incompetentes, incorrectos o delictivos– por ignorancia o desconocimiento de los factores que contextualizan y ofrecen sentido a una decisión empresarial.

El empresario no es un  “buscador de rentas” y de la existencia de su figura “depende el desarrollo de la economía y la eficiente disposición de los recursos escasos necesarios para cubrir las necesidades de las personas”

Esta función social de la empresa, que requiere dotarla de inteligencia, exige también gestores diferentes, apoyados en experiencias personales diversas y trayectorias ricas en avatares, y en la integración de equipos que, en una labor coordinada y de conjunto, elaboren las estrategias empresariales que desemboquen en un valor compartido –empresa y sociedad– y que establezcan entre la una y la otra una especie de simbiosis recíprocamente beneficiosa y fructífera. El fracaso acecha al gestor que confunda empresa con el mero negocio. Y el éxito le sonreirá al que vincule su función al reconocimiento social, obteniendo así una reputación que le reportará liderazgo y capacidad de referencia. Ese será el éxito, en definitiva, de las empresas inteligentes.

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