UNO Junio 2021

La creatividad como decreto

Modo “rendición de cuentas”.

Escribo esto desde el sofá del apartamento en donde vivo con mi familia. Por estos días se cumplió un año desde que se identificara el primer caso de Covid-19 en Colombia, cuatro desde el nacimiento de mi hijo, trece de casada, ocho de mi hija mayor, once desde la publicación de mi primera novela. Al igual que quienes leen este texto, no recuerdo haber vivido una pandemia. Y, posiblemente, como quienes leen esto, soy una aficionada a las listas.

Siento que la crisis nos ha traído una obsesión particular por la rendición de cuentas. Hacer balances. Sumas y restas. Cotejar, comparar: que cómo era la vida antes del coronavirus; que cómo se cuentan otras enfermedades similares en novelas como “El Decamerón” de Boccaccio, “La Peste”, de Camus, o “El amor en los tiempos del cólera”, de García Márquez; que si la peste negra, que si la gripe española; que si somos mejores o peores que antes; que si más desiguales, populistas, desequilibrados, asépticos.

Y es que en el último año casi todo cambió: nuestra forma de aprender, trabajar, relacionarnos. Como si esto fuera poco, cambió también la política, la economía, la interacción con la tecnología. Y no olvidemos que durante un año la pandemia parece haber sido el único tema de conversación en todos los países y todos los idiomas, además.

Para ser creativo hay que combinar la conciencia, atención, sensibilidad y atrevimiento del pequeño que da su primer paso.

Y para mí, lo más excepcional: los seres humanos descubrimos tener una facultad natural, única, para ponernos de acuerdo. Quién lo habría creído. Ante un miedo compartido, todos obedecemos, nos dejamos tomar la temperatura a la entrada de los edificios, cual borregos. Aceptamos dejar de enviar a los niños al colegio, no volvemos a la oficina, dejamos de asistir a fiestas y conciertos, y nos encerramos para salir solo a cosas urgentes y siempre con una mascarilla puesta.

Me sorprende que siendo un rebaño tan obediente como hemos descubierto que podemos ser ahora que compartimos un miedo global a enfermar y morir, no hayamos usado esa capacidad de organizarnos y responder de forma coordinada ante una amenaza conjunta para reaccionar rápidamente como hemos sabido hacerlo frente al Covid. ¿Por qué no tomar entonces medidas así de contundentes frente al cambio climático? ¿O frente a las crisis migratorias y las crecientes xenofobias? ¿O para mitigar la pobreza y la creciente desigualdad? A veces me pregunto si la crisis es de creatividad o más bien de liderazgo para alcanzar metas a favor del bien común.

Reinventarse o morir.

El caso es que ya pasó un año y no está claro que seamos mejores ni peores. Seguimos siendo los mismos, aunque hayamos filosofado más de lo normal, viajado menos, salido poco a restaurantes o hecho más compras por Internet. Para bien o para mal, para la privilegiada minoría de quienes podemos vivir sin tener que salir de casa a trabajar (quienes estamos aquí reunidos frente a este texto), la vida ha cambiado sin llegar al jaque mate. Y, sin embargo, para muchas personas, empresas, gobiernos, esta ha sido una prueba de fuego. “Hay que innovar”, “en tiempos de borrascas se inventaron los molinos”, y así. Decimos lo que nos permite seguir. Y, en algunos casos, no faltan quienes, en efecto, se reinventan.

Atrevernos a estar equivocados. A abandonar nuestras creencias, a reconocernos contradictorios o arbitrarios, es parte del arriesgado juego de cambiar de ideas.

Y es que para sobrevivir hay que reinventarse. Para reinventarse hay que innovar. Para innovar hay que ser creativo. Y para ser creativo hay que combinar la conciencia, atención, sensibilidad y atrevimiento del pequeño que da su primer paso. Eso es. Todos dimos un primer paso alguna vez. Lo hicimos mirando a quienes lo hacían, imitándolos, cayéndonos, incluso sacándonos moretones, pero volviéndonos a levantar. Sin ese primer paso no habríamos podido ir a ninguna parte. Nunca. Y ahora estamos aquí. Más cerca o más lejos de donde queremos llegar, pero con la claridad de que quien teme equivocarse, fallar, caer, no llega. La creatividad es riesgo, aventura.

Y sí, me dedico a contar historias, un oficio considerado creativo per se, pero lo cierto es que la creatividad no solo está en las artes y en la ciencia. Está en todos los oficios y tareas. Se trata de relacionarse con las cosas desde la pasión, desde la noción sensible, intuitiva y consciente, pero libre de conceptos y normas previamente establecidos. El estado mental que da paso a la creatividad es el de un interés absoluto y total por lo que se está haciendo.

Con la disposición del pequeño que da su primer paso pueden concebirse estructuras nuevas, las que se escapan de las ya practicadas. Atrevernos a estar equivocados. A abandonar nuestras creencias, a reconocernos contradictorios o arbitrarios, es parte del arriesgado juego de cambiar de ideas, a despojarse del equipaje mental que a veces se hace pesado y no nos deja salir a flote. Volver a pensar nuestras prioridades, reorganizar nuestras vidas, es una de las pruebas que nos prescribe esta pandemia. Para cumplirla, tendremos que arriesgarnos. Tal como reza el proverbio japonés: “Salta, después encontrarás el piso”.

Melba Escobar
Escritora
Considerada la gran revelación de las letras colombianas, Melba Escobar es licenciada en Literatura por la Universidad de los Andes (Colombia) y ha dedicado la mayor parte de su trayectoria profesional al desarrollo del periodismo y la escritura. Entre sus publicaciones destacan títulos como La Casa de la Belleza, Johnny y el Mar, Duermevela o La Mujer que Hablaba Sola. Además en 2013 fue reconocida como Mejor Columnista de El País.

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