UNO Julio 2014

La revolución (pendiente) en asuntos diplomáticos

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En el siglo XXI, salvo excepciones, la acción exterior de los Estados se caracteriza por su alto grado de transparencia y de previsibilidad. Los acuerdos se negocian en privado, pero su contenido es conocido –y comunicado en tiempo real por los propios actores–. La interdependencia no es ya un factor de paz, sino una sólida variable de la realidad, determinante para el progreso y la seguridad. Lejos del cínico adagio de Sir Henry Wotton (hace cuatro siglos), “el diplomático es un hombre honesto que es enviado al extranjero a mentir por su país”, la acción diplomática se realiza hoy esencialmente en abierto. Cooperación y transparencia de los objetivos políticos presiden las relaciones internacionales de la mayoría de los estados en un entorno global tan cambiado y cambiante como volátil.

Pero la diplomacia sigue vertebrada, en general, sobre viejos patrones y estructuras, incapaces, por ejemplo, de hacer compatible jerarquía y colaboración. Aunque ha habido mejoras sustanciales, los procesos de adaptación y modernización han sido inerciales y, en gran medida, superficiales, frente a los profundos cambios del escenario global en que opera la diplomacia.

En un mundo cada vez más complejo, apolar en lo político y multipolar en lo económico, la globalización y el acceso generalizado a los medios para posicionarse en ella alteran los parámetros en que tradicionalmente se asentaban el poder, la política y, también, la práctica de las relaciones internacionales. La IED de las empresas españolas equivale hoy al 40% del PIB de nuestro país; 87 de las 150 mayores economías del mundo son multinacionales y solo 67 son Estados; en este planeta en red del siglo XXI, Facebook y Twitter ocuparían el segundo y el cuarto lugar entre los territorios más poblados, detrás, respectivamente de China e India.

La empatía, que no se enseña en las escuelas diplomáticas, es hoy un requisito imprescindible de una nueva diplomacia, abierta, creíble y eficaz

011El impacto transformador de las tecnologías de la información y la comunicación afecta a todos los ámbitos: lo externo es interno, lo local es global y lo global es cercano; tiempo y distancia colapsan; nociones como democracia y participación se cruzan con las de ciudadanía y transparencia. La información ya no es privilegio del poder y hay un claro proceso de desintermediación en que los filtros entre el poder político y los ciudadanos se difuminan o dejan de existir. El ciclo de acción del ciudadano en red no es de cuatro años; actúa, opina y exige respuestas en un flujo constante e ininterrumpido.

Aunque crisis como la de Ucrania o la del Mar de China hacen revivir la geopolítica del siglo pasado, nuevos retos y amenazas crecen en relevancia en el escenario global: las catástrofes naturales; el cambio climático que las hace más intensas y

frecuentes; la transmisión de enfermedades; los tráficos ilícitos; asimetrías en el bienestar y en el poder económico; los avances tecnológicos y sus derivadas, como la ciberdelincuencia, el ciberterrorismo o las violaciones de nuestra privacidad. Son riesgos que no conocen fronteras y frente a los que la globalización y la interdependencia nos hacen aún más vulnerables. Como señala Habermas, “La globalización de esos peligros ha reunido al conjunto de la población mundial, a largo plazo y de modo objetivo, en una comunidad involuntaria de riesgo constante”.

Actuar en un escenario global como el arriba descrito, liderar, pero compartir de forma cooperativa el espacio de la acción diplomática con otros actores no estatales, o construir estrategias de Diplomacia Pública, que seduzcan a otras sociedades fortaleciendo la imagen y reputación de nuestro país, requiere una profunda transformación de los procesos de construcción y ejecución de las políticas exteriores y de sus instrumentos.

Es inaplazable una transformación real e integral de la cultura y la práctica diplomáticas, incluyendo la formación, la planificación estratégica, la ejecución cooperativa y la evaluación

La acción exterior y diplomática de un país es la más global de las políticas domésticas, y es relevante tanto para los propios ciudadanos, como para los de otros países con que se relaciona. La paradoja es que el éxito en la misión central de la diplomacia, “gestionar la diferencia”, se basa precisamente en diluir esas diferencias, en construir ámbitos de atracción y cooperación, en interactuar con las sociedades de otros países para que las posiciones y acciones de sus gobiernos converjan con nuestros intereses y objetivos.

La revolución en los asuntos diplomáticos requiere un gran impulso político que, como señala el reciente Informe del Real Instituto Elcano, conecte el proyecto interno con la acción/política exterior y dote a ésta de profundidad estratégica, incluyendo flexibilidad y capacidad de reacción. Es necesario que tanto los propios diplomáticos como otros actores, corporativos o individuales se sientan partícipes del ciclo de la acción exterior.

El reto transformador es, en suma, hacer realidad efectiva una nueva diplomacia que, como define atinadamente David Miliband, “es a la vez pública y privada, tanto de masas como de elites, en tiempo real y, al mismo tiempo, deliberativa”.

Rafael Estrella
Vicepresidente del Real Instituto Elcano
Vicepresidente del Real Instituto Elcano. Ex Embajador de España en Argentina (2007-2012). Ha sido Senador y Diputado. Miembro de la Red de Consejeros de LLORENTE & CUENCA. Experto en Relaciones Internacionales. @Estrella_Rafa 

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