UNO Julio 2015

Teselas de un gran mosaico universal

 

El mundo no se ha conectado solo a través de comercio y la fuerza política. La historia de las civilizaciones es fundamentalmente la historia de la cultura de los pueblos, de su migración y del intercambio del pensamiento y de las formas del arte que lo expresan. Una buena parte de esta plural y evolutiva historia de la cultura y el arte se conservan en los museos. Cada uno custodiamos un fragmento del relato general de las civilizaciones, como teselas de un gran mosaico universal. El afán de entender el mundo, de cartografiar su memoria, es el que inspiró este tipo de instituciones públicas, herederas de la ilustración, en los albores de nuestra edad contemporánea.

Hoy, en un mundo globalizado, los museos siguen sirviendo a la misma doble misión fundacional, la de conservar para las futuras generaciones los testimonios del pasado y, al mismo tiempo, democratizar su valoración y disfrute entre los ciudadanos. No han cambiado mucho nuestras instituciones. Por su parte, lo que ha cambiado radicalmente es la sociedad y la forma de relacionarse con los museos.

El museo es reflejo de la historia, pero también de las aspiraciones contemporáneas de una sociedad. Así lo hemos entendido en el Museo del Prado, conduciendo su reciente ampliación y modernización hacia la adaptación de una institución casi bicentenaria para dar respuesta a las demandas de un público creciente y cosmopolita, deseoso de celebrar la excelencia del arte que el museo conserva y conocer la historia y el pensamiento que se esconde en cada obra.

Lo que ha cambiado radicalmente es la sociedad y la forma de relacionarse con los museos

La compleja red de relaciones que forman nuestro actual mundo globalizado e hiperconectado también ha afectado a la misión de los museos hoy, obligados a asumir nuevas responsabilidades. A la tradicional misión de cuidar de los testimonios heredados del pasado le ha sucedido otra que es la de compartir y extender la actividad del museo fuera de sus muros.

El museo tradicional, localizado físicamente en una ciudad y en un edificio, identificado con el progreso cultural y artístico de una nación, se enfrenta a reconsiderar su primigenia identidad local para abrazar una paralela y más amplia identidad universal. Resulta extremadamente interesante observar las distintas soluciones que se han ido ensayando en los últimos años por diferentes museos frente a esta nueva realidad. No existe un museo igual a otro y, por tanto, las formulas ensayadas son diferentes.

Diferente es, por ejemplo, la respuesta dada por los museos de arte contemporáneo a este expandido nuevo modelo de diplomacia cultural. Ellos tienen una mayor libertad, y seguramente coartada conceptual, para ensayar este funcionamiento en red. De hecho, sin ir más lejos, uno de los primeros y más publicitados intentos de hacer congeniar el mundo global con los museos fue la operación de expansión ensayada en nuestro país con la creación de una sede del Guggenheim en Bilbao.

Más dificultad, en cambio, tienen los museos históricos que, como he dicho, han edificado su prestigio sobre su inamovible localización cultural y física y en los que la principal diferencia radica en la particular historia del país y la identidad nacional que impregna de forma indeleble a las colecciones de cada uno. Es una cuestión de perspectiva histórica que no puede ser la misma para un inglés, un francés, un español o un chino. La relación del Museo Británico con el mundo es diferente a la del Louvre y, por supuesto, la del Prado a la del Museo Nacional de Pekín.

Las galerías nacionales nacidas de los ideales ilustrados son depósitos privilegiados de la memoria colectiva de los diferentes Estados Nación, formados por los retazos de su historia, unidos por la tradición coleccionista culta de cada uno de nuestro países y, más recientemente, por la revisión académica que nuestras instituciones han propuesto de la historia particular y universal del arte que conservan. Este específico punto de vista no puede ser obviado cuando hablamos de las estrategias de diplomacia cultural que pretendemos desarrollar cada uno.

Las galerías nacionales nacidas de los ideales ilustrados son depósitos privilegiados de la memoria colectiva de los diferentes Estados Nación

Para ser más concretos, la perspectiva latinoamericana, por ejemplo, no puede ser igual para el Prado que para el Louvre o los museos de Berlín. Nuestra historia común nos obliga a una reflexión más urgente, profunda y compleja a su vez. Crear puentes entre las instituciones museísticas del espacio iberoamericano de la cultura es, sin duda, una de las prioridades para nosotros y, al mismo tiempo, un camino para enriquecer la visión inevitablemente parcial que tenemos cada uno de la historia y del arte. Superar, en definitiva, las no pocas veces enfrentadas formas de entender los grandes fenómenos culturales y artísticos desde una u otra parte del Atlántico. Entender, por ser aún más concreto, la singular forma de creación del arte virreinal en el poliédrico mundo barroco y su relación con los modelos hegemónicos del arte europeo exige una generosa disposición a compartir el conocimiento y las perspectivas más diversas. Esta sea quizás una de las asignaturas más interesantes que se nos ofrece en el camino de la internacionalización de la cultura y el arte.

Para empezar a caminar en esa dirección, debemos salvar antes algunos de nuestros prejuicios. Reconocer, por ejemplo, que nuestra posición hegemónica en el orbe declinó hace ya varias centurias. Mientras las potencias europeas modernas colonizaban el mundo, nuestro país perdía sus últimas posesiones ultramarinas. Perdido el poder, lo que nos ha quedado es una gloriosa herencia, nada más y nada menos que uno de los más diversos y ricos patrimonios históricos y artísticos que conserva cualquier nación del mundo, incluida por supuesto nuestra lengua común.

El poder político convertido ahora en potencia cultural. Un ejercicio de orgullosa sinceridad que nos va a permitir, sin perder nuestra privilegiada perspectiva histórica, participar activamente en el derrotero de nuestro expandido mundo actual.

Miguel Zugaza
Director del Museo Nacional del Prado / España
Se licenció en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid en 1987. Su actividad profesional se inicia en 1986 con la dirección de la empresa de servicios culturales Ikeder, puesto que ocupa hasta 1994, año de su incorporación a la Subdirección General del Museo Reina Sofía, donde permanece hasta 1996. Desde 1996 hasta 2002 ostentó el cargo de director del Museo de Bellas Artes de Bilbao. En 2002 fue nombrado director del Museo Nacional del Prado, cargo que desempeña en la actualidad. [España]

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