UNO Julio 2020

El NUEVO PROTAGONISMO del SECTOR SALUD

Siempre hemos aseverado que la salud, junto con la vida es el bien más preciado que tenemos. Sin embargo, tuvo que llegar la emergencia debida al COVID-19 para mostrarnos con crudeza cuánto dependemos de ella no solo a nivel individual sino colectivo, y no sólo para temas sanitarios sino económicos. Ojalá este protagonismo del sector salud no sea pasajero, sino que sirva para que, como sociedad y en armonía con nuestros gobiernos, luchemos por tener sistemas de salud sólidos y resilientes en todo sentido: comenzando por un capital humano idóneo y suficiente, hasta presupuestos óptimos que permitan afrontar emergencias como la que vivimos.

El impacto en vidas perdidas aún no parece terminar; a la fecha de escribir esto en Colombia se han producido más de 2 000 muertes por COVID-19 y cerca de medio millón a nivel mundial. El impacto en la mortalidad por otras causas durante la pandemia no relacionadas con el coronavirus aún se desconoce; un informe publicado por la BBC de Londres el 19 de junio documentó en una lista de países 124 000 muertes en “exceso” además de las provocadas por COVID-19 hasta la fecha, es decir, como resultado de que los sistemas de salud no fueron capaces de responder a la pandemia, sin descuidar otras causas de morbilidad y mortalidad como las enfermedades crónicas. Esto sin tomar en cuenta el desconocimiento de esas cifras definitivas en Latinoamérica. ¿Será que en parte es fruto de sistemas de salud que en muchos casos han priorizado los tratamientos excesivamente  según su coste, han descuidado la implementación de esquemas que garanticen de forma intra o extra-hospitalaria la continuidad de los tratamientos? ¿Estamos seguros de que los estados han dedicado recursos suficientes a la salud tomando en cuenta el envejecimiento de la población, el incremento de las comorbilidades y la inequidad del acceso a la salud?

“La emergencia sorprendió a países en desarrollo y del primer mundo por igual”

Para citar sólo un ejemplo de lo anterior, Colombia, país miembro de la OCDE, gasta US$960 per cápita en salud (7,2 % PIB), mientras el promedio de OCDE es de casi US$4.000 (8,8 % PIB). Estas cifras reflejan la vulnerabilidad del sistema de salud y consecuentemente del sistema económico en general, que como se está demostrando, tiene más dependencia de la salud de su población de lo que cualquier persona hubiese imaginado meses atrás.

Así las cosas, reaccionar ante emergencias como la que vivimos, y que seguramente no será la última, obligan a desbordar los presupuestos, endeudarse e implementar esquemas de atención domiciliaria o de condiciones de bioseguridad en pocos días, que se traducen en menor efectividad y mayores costos al corto y medio plazo. La emergencia sorprendió a países en desarrollo y del primer mundo por igual. Los efectos en todo el mundo son impresionantemente negativos, pero no podemos negar que el impacto general sobre vidas y economías es más fuerte en los países que tenían los sistemas de salud más débiles.

“Es hora de dejar atrás la selección de tecnologías por su menor coste en el corto plazo y salir de la trampa de la costo-efectividad”

Lo anterior obliga a todos los que trabajamos en el sector de la salud a trabajar por sistemas verdaderamente resilientes, es decir, sistemas capaces de atender las necesidades de los pacientes en situaciones “normales” pero también con la posibilidad de atender emergencias inesperadas. ¿Qué mejor que la prevención para cumplir con este objetivo? A modo de ejemplo, sabemos que una de las principales causas de mortalidad para pacientes infectados con COVID-19 son las comorbilidades; obesidad, enfermedad cardiovascular, asma, cáncer… ¿No sería prudente tratar a priori lo mejor posible estas enfermedades, para evitar decesos y también a fin de cuentas reducir costos y riesgos para el sistema?

Esto implicará trabajar e invertir en varios frentes: más recurso humano calificado, mejor infraestructura de instalaciones y equipos, modelos de atención y sistemas de información que garanticen la continuidad de las terapias aún en condiciones excepcionales como las que vivimos. Pero nunca se debe perder de vista el fin último de los sistemas de salud que es buscar los mejores resultados posibles para la población; de otra manera seguiremos soportando una carga de enfermedad elevada, complicaciones innecesarias, sobreocupación de la infraestructura y costes a largo plazo insostenibles. Es hora de dejar atrás la selección de tecnologías por su menor coste en el corto plazo y salir de la trampa de la costo-efectividad que, queda demostrado, nunca consideró realmente lo que la salud importa e impacta en otros aspectos importantísimos para el bienestar de la población, en su calidad de vida. Es imperativo analizar las inversiones en salud de manera holística y a largo plazo en sus resultados.

El camino a seguir debe ser señalado por la sociedad y ojalá entendido por los gobiernos, pues implicará una nueva asignación de prioridades y muy probablemente un cambio en la magnitud y la distribución de los presupuestos para la salud. Una nueva definición de “valor” surgirá de esta pandemia, que considere el impacto positivo para los pacientes de cada tecnología, pero también el valor para la sociedad en su conjunto. Ojalá comprendamos los beneficios de proteger la investigación y la innovación, porque de los sistemas que han sabido estimularla y adoptarla se están generando los mejores tratamientos para COVID-19 y cualquier otra enfermedad que nos aqueje en un futuro.

Quiero imaginar que después de esta crisis todos entenderemos el protagonismo que deben tener los sistemas de salud para el desarrollo de la economía y la sociedad y que nos unamos quienes estamos en cualquiera de sus aristas para evolucionarlo y sostenerlo. Es lo mínimo que le debemos a los que más han sufrido por esta pandemia, los familiares que quienes están muriendo, los profesionales de salud hoy más exigidos que nunca y los millones de afectados por la crisis de la economía, quienes esperan contar con un sistema que les permita de forma individual o colectiva tener las condiciones para desarrollar su potencial en beneficio de todos.

 

Gianfranco Biliotti
Gerente de AMGEN en Colombia
Gianfranco es líder de la industria farmacéutica con amplia experiencia internacional en roles estratégicos y de liderazgo en empresas multinacionales del sector salud. Con más de 20 años de experiencia, ha aplicado sus conocimientos en marketing, administración e ingeniería en telecomunicaciones en mercados como Italia, Rusia, México y Colombia, trabajando para Johnson & Johnson, Janssen Latinoamérica o lexion Pharmaceuticals.  [Colombia, Italia, México]

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