UNO Julio 2020

RETOS del MERCADO de TRABAJO

De oriente a occidente, como avanza el día, la pandemia de la COVID-19 se ha expandido por el mundo. A su paso han sido miles los muertos y millones los afectados por una enfermedad que aún no cuenta con una vacuna y, por tanto, puede volver a rebrotar en cualquier momento. La manera de afrontarla de casi todas las sociedades y gobiernos ha sido el confinamiento de la ciudadanía, con la esperanza de ralentizar los contagios y las muertes. Pero para ello ha habido que paralizar la economía; que cesar la producción y el trabajo en todas las actividades, salvo en aquellas consideradas esenciales para la población. El confinamiento y la parálisis económica no han sido, además, de corta duración, sino que con una u otra intensidad ambos han durado cerca de tres meses. Mucho tiempo como para que un número importante de empresas y trabajadores no hayan perdido su actividad económica y su trabajo, dejando como rastro de la pandemia, junto con el rosario de muertes, el alarmante incremento del número de personas en situación de desempleo.

De acuerdo con las estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo, en el segundo trimestre de 2020 puede esperarse que haya una reducción del empleo en el mundo del 6,7 %, equivalente a 195 millones de trabajadores a tiempo completo. Sólo en España, desde el inicio de la pandemia hasta ahora, los datos de afiliación a la Seguridad Social nos muestran que se han perdido más de 700 000 empleos y que cerca de 3 millones de trabajadores están afectados por suspensiones de sus contratos de trabajo o reducciones de jornada, los conocidos como ERTE.

“En el segundo trimestre de 2020 puede esperarse que haya una reducción del empleo en el mundo del 6,7 %, equivalente a 195 millones de trabajadores a tiempo completo”

Ello supone una crisis laboral comparable a la sufrida como consecuencia de la crisis económica de 2008 y nos interpela como sociedad a reflexionar sobre el desempleo que viene.

Para empezar, uno de los aprendizajes que podemos extraer de esta pandemia en relación con su efecto en el mercado de trabajo es que los trabajadores más vulnerables son los que más han sufrido las consecuencias de la parálisis económica. Los trabajadores temporales han visto cómo sus contratos eran rescindidos y no renovados; los trabajadores informales han tenido que decidir entre su salud y su supervivencia, dado que, sin tener red de protección social alguna, el confinamiento y el no trabajo suponen para ellos la carencia absoluta de rentas. Por este motivo, avanzar en la formalización del empleo y en su estabilidad son elementos esenciales para el mundo post-COVID-19. En España ello significa poner coto de una vez a la excesiva temporalidad de nuestro mercado de trabajo; en el mundo, avanzar en la idea de trabajo decente acogida como Objetivo 8 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Un segundo aprendizaje ha sido la necesidad de un Estado de Bienestar fuerte. Y ello no sólo porque la magnitud de la pandemia y el confinamiento han puesto a prueba la solidez de nuestros sistemas sanitarios y educativos, piezas clave de los Estados de Bienestar, sino porque ha sido esencial proveer de rentas a todas las personas sin empleo o con empleo en estado latente a consecuencia del coma inducido de la actividad económica. En España primero se ha ensanchado la protección por desempleo (en mayo, el número de beneficiarios ha alcanzado los 5,9 millones y el gasto ha sido de más de 5 100 millones de euros) y después se ha aprobado el Ingreso Mínimo Vital, una nueva prestación de Seguridad Social que da cobertura económica a quien carece de otros ingresos. Pero esto es sólo un ejemplo nacional de algo que, pensando en cómo debería ser el mundo post-COVID-19, habría de ser la regla con la que abordar el desempleo: expandir la protección social a todas las personas, de manera que la falta de empleo no signifique la falta de rentas con las que tener una vida digna.

“Avanzar en la formalización del empleo y en su estabilidad son elementos esenciales para el mundo post-COVID-19”

El tercer aprendizaje de la pandemia para el mundo del trabajo ha sido una especie de maridaje entre el trabajo tecnológico y el trabajo humano. Si hasta la expansión de la COVID-19 ambos parecían excluyentes, de forma que nos estábamos preguntando hasta qué punto el avance de la tecnología haría desaparecer el trabajo humano, la pandemia ha demostrado que ambos han sido absolutamente necesarios. La tecnología ha permitido mantener una cuota de actividad económica y de servicios a la ciudadanía que hubieran tenido que cesar de no haberse desarrollado por medios telemáticos, especialmente por vía del teletrabajo; el trabajo humano de cuidados (profesionales sociosanitarios, empleo en el hogar familiar, cuidados de menores, dependientes y ancianos) ha sido esencial para preservar la vida, la salud y el bienestar de los enfermos y los ciudadanos confinados. En ambos lados, hemos encontrado claroscuros, como las brechas digitales o los empleos precarios y poco pagados que habría que remediar con urgencia. Pero también una certeza cara al mundo post-COVID-19: que el avance de la tecnología y el cuidado de las personas son dos fuentes fecundas de creación de empleos. Unos empleos para los que se necesitará formación de la población trabajadora, en este caso en competencias digitales y/o cuidado de personas. Este es el tercer elemento a destacar mirando al futuro: la necesidad absoluta e inaplazable de una mejor educación y una mayor y mejor formación de los trabajadores para que puedan tener oportunidades reales de acceder a los empleos que la revolución tecnológica y la economía de los cuidados pueden crear.

 

Luz Rodríguez
Doctora en Derecho y Profesora titular de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social en la UCLM
En la actualidad dirige un grupo de investigación sobre el impacto de la tecnología en el mundo del trabajo y es Experta de la Fundación COTEC en Trabajo Decente y Desarrollo Económico. Ex secretaria de Estado de Empleo. [España]

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