¿Desglobalización o reajuste?
En medio de un marco generalizado de incertidumbre y debilitamiento de la cooperación internacional, en los últimos años se ha instalado la idea de que el proceso de globalización está en retroceso. Como casi todo en economía, esa afirmación tiene parte de verdad y parte de exageración.
En los últimos años se ha instalado la idea de que el proceso de globalización está en retroceso. Como casi todo en economía, esa afirmación tiene parte de verdad y parte de exageración.
El dato que más se utiliza para hacer esa afirmación es el de la evolución del comercio de bienes (exportaciones más importaciones) en porcentaje del PIB, que alcanzó un máximo en 2008 para luego iniciar un lento declive, especialmente acusado tras la crisis financiera.
Tras esa cifra, sin embargo, hay divergencias: en China alcanzó su máximo un poco antes, en 2006, mientras que en Estados Unidos no decayó hasta 2011, ni en Japón hasta 2014. En la Unión Europea, el principal bloque comercial del mundo, tan solo parece estancada en torno al 30 %.
¿Qué hay detrás de esta tendencia? Las explicaciones son muy diversas, y no siempre acertadas. Algunos la achacan al hastío de la globalización: aunque reconocen que esta ha disminuido la pobreza (el número total de personas en extrema pobreza ha pasado de 1 900 millones en 1990 a 650 millones en 2021) y, con ella, la desigualdad internacional, alegan que la mejora se debe exclusivamente a la evolución de China e India, y que se ha producido a costa de un incremento de la desigualdad interna.
Eso no es cierto. La reducción mundial de la pobreza ha sido un fenómeno generalizado y dinámico. La concentración de pobreza se ha ido desplazando desde Asia oriental en la década de 1990 a Asia meridional en la de 2000, para luego girar hacia el África subsahariana. Incluso allí, en países tan pobres como Etiopía, la pobreza se ha reducido a la mitad en solo una generación.
Respecto a la desigualdad, los datos indican que, medida según el índice de Gini, entre 1990 y 2021 esta ha aumentado en algunos países, empezando por los más beneficiados (China e India), pero no ha crecido de forma sistemática. Lo ha hecho en Estados Unidos (de 0,41 a 0,48), en España (de 0,32 a 0,34) o en Italia, pero ha permanecido relativamente estable en Francia (0,32) o en Reino Unido (0,35), poniendo de manifiesto que la desigualdad puede tener más que ver con factores nacionales (como el funcionamiento del estado de bienestar o el mercado de trabajo) que internacionales.
Hay otras explicaciones menos conocidas de la ralentización del comercio. Por un lado, la propia evolución de los países, que suele implicar una subida inicial del comercio que luego se modera. Es lo ocurrido en China, que ha normalizado su comercio en relación con su tamaño, produciendo más valor añadido y ensamblando menos. Por el otro, el efecto de los precios, porque aunque en estos días de inflación se nos olvide, durante décadas los precios de muchos productos básicos e industriales han bajado: de la reducción de 9,1 puntos de la ratio comercio/PIB entre 2008 y 2020, más del 60 % (5,7 puntos) se debe a la caída de los precios.
Además, estamos fijándonos solo en el comercio del siglo XX, que es el de bienes, cuando el de servicios (que supone un 25 % del total) no responde al patrón indicado: su ratio comercio/PIB siempre ha sido menor que la de los bienes (ya que los servicios no se protegen con aranceles, sino con regulación, más difícil de eliminar o armonizar), pero por el momento no ha dejado de crecer. Dentro de su heterogeneidad, el comercio de servicios que pueden suministrarse virtualmente (en general dentro de la partida “Otros servicios comerciales”) se ha multiplicado por 11 entre 1990 y 2020 (más del doble que el de los bienes).
Todo ello es compatible, por supuesto, con el indudable impulso del movimiento antiglobalizador a lo largo del siglo XXI, que al menos ha ayudado a incrementar el grado de transparencia de los acuerdos comerciales y a recordar que el comercio genera competencia, y por tanto ganadores y perdedores. También lo es con dos inevitables golpes recientes a la globalización.
El primero, la crisis de la COVID-19, que ha puesto de manifiesto el peligro de depender excesivamente de otros países para bienes esenciales, así como la fragilidad de las cadenas mundiales de suministro. El segundo, la invasión de Ucrania, que nos ha despertado definitivamente de la ilusión de que el comercio y la interdependencia económica garantizan por sí solos la paz (como en Europa). La realidad es que eso solo es cierto entre democracias, y que la apertura de Rusia o la incorporación de China a la Organización Mundial del Comercio no han dado lugar a países más occidentalizados o liberales, sino más poderosos y dispuestos a ejercer su poder en defensa de sus intereses. Por eso se ha comenzado a hablar de autonomía estratégica (en el caso europeo, con el tranquilizador adjetivo añadido de “abierta”) para justificar, si no una relocalización generalizada (reshoring) de las cadenas de suministro, sí una relocalización en torno a países aliados (friendshoring).
¿Qué podemos esperar del futuro? La idea de una desglobalización integral, entendida como un intento de producir a nivel nacional, no parece sostenible. Sin embargo, no hay que descartar que en los próximos años se intensifique un patrón, el de la regionalización de las cadenas de suministro, que no es nuevo (porque la cercanía física siempre ha sido muy relevante en el comercio): más bienes producidos a nivel intrarregional (Europa, América, Asia) y menos a nivel interregional (entre Asia y Europa), para garantizar la seguridad: del just-in-time al just-in-case. Pero todo ello, probablemente, estará modulado por un fuerte crecimiento de los servicios, en especial los virtuales, donde la única distancia que separa a unos países y a otros es la regulatoria.
No hay que descartar que en los próximos años se intensifique un patrón, el de la regionalización de las cadenas de suministro: más bienes producidos a nivel intrarregional (Europa, América, Asia) y menos a nivel interregional (entre Asia y Europa).