UNO Noviembre 2022

Tres coordenadas para mantener el rumbo: abordar la urgencia, debatir los modelos, repensar la seguridad

Las evidencias de cómo el cambio climático está impactando en nuestras vidas se acumulan. Si nos fijamos en España, en este verano de 2022 las olas de calor se han extendido durante cuarenta y dos días —siete veces más que el promedio calculado entre 1980 y 2010—, la superficie quemada por incendios de sexta generación —que liberan tanta energía que son capaces de modificar la meteorología de su entorno— relacionados con el cambio climático superaba ya a mediados de agosto la suma de la calcinada en los cuatro años anteriores juntos, y la sequía está desecando humedales, vaciando acuíferos, arruinando cosechas y dejando a poblaciones sin agua para beber siquiera. 

Nada de esto es nuevo, si acaso resulta más evidente. De ahí que el Pacto Verde Europeo, aprobado en 2019, y el programa Next Generation, acordado tras la pandemia, se presentaran como hojas de ruta para que Europa acelerara la transición verde y ejerciera un liderazgo mundial en la lucha contra el cambio climático. No solo eso; cuando Ursula von der Leyen, recién elegida presidenta de la Comisión, acudió a la cumbre del clima COP25 en Madrid para presentar el Pacto Verde Europeo, quiso aclarar que no se trataba de la política verde o energética europea, sino del modelo de desarrollo para Europa. En eso estábamos cuando el 24 de febrero Vladímir Putin invadió Ucrania y el mundo cambió. Especialmente el mundo de la energía. En este escenario, el desafío se torna más complejo. Es necesario plantarle cara a Putin y ganar la guerra del clima. Para ello, me atrevo a sugerir tres claves estratégicas.

1. Abordar la urgencia: con la inflación rondando el 11%, una crisis energética que impacta sobremanera en el precio de la energía, y la amenaza a medio plazo de problemas de suministros, la prioridad debe ser abordar la urgencia que todo esto supone para sociedades que llevan años viendo cómo crecen los índices de desigualdad, el malestar social y el cuestionamiento de las democracias.

Con la inflación rondando el 11 %, una crisis energética que impacta sobremanera en el precio de la energía, y la amenaza de problemas de suministros, la prioridad debe ser abordar la urgencia que todo esto supone para sociedades que llevan años viendo cómo crece el malestar social.

Ello está implicando, en algunos casos, incurrir en contradicciones como la subvención a la gasolina o el diésel planteada en varios países europeos como España, o la vuelta momentánea al uso carbón allá donde ya se había eliminado. Abordar la urgencia está significando dar pasos en sentido contrario a lo previsto y desviarse del camino marcado por todas las estrategias anteriores. Podría alegarse que no darlos agravaría las desigualdades, incrementaría el malestar y haría todavía más difícil la transición necesaria. Si así fuera, es imprescindible distinguir las medidas a corto plazo de las que se puedan plantear a medio y largo plazo, acotando al máximo en el tiempo aquellas que resulten contradictorias con el objetivo de la descarbonización. 

Mientras se implementan las medidas a corto plazo, es prioritario diseñar, activar y poner en marcha políticas que puedan hacer frente a la situación de crisis derivada de la guerra sin incurrir en estas contradicciones. Si la guerra nos desvía del camino trazado por la transición verde, que sea por un periodo lo más breve posible, de forma que se pueda retornar de inmediato al único camino que garantiza la sostenibilidad de la vida en el planeta: la descarbonización de la economía.

2. Debatir los modelos: la discusión sobre la transición ecológica tiene una enorme carga ideológica. La parte central de la misma no es económica ni tecnológica, aspectos que han avanzado enormemente en los últimos años. Existen distintos modelos para llegar al objetivo de la descarbonización que pasan por diferentes roles del Estado, el mercado y la sociedad civil. Desde quien aboga por dejar la transición en manos del mercado, hasta los partidarios del decrecimiento, existe una amplia variedad de propuestas con más o menos énfasis en la justicia social y más o menos fe en la tecnología. Cada una de ellas tiene implicaciones económicas, sociales y políticas de tal calado que la convierten en uno de los debates ideológicos de mayor envergadura del momento. Es hora de debatir a fondo esos proyectos porque configuran modelos de sociedad diferentes con fuertes implicaciones políticas.

3. Repensar la seguridad: la invasión rusa de Ucrania ha puesto de manifiesto la enorme inseguridad a la que se enfrenta Europa. Esta está provocada por dos factores: su dependencia de los combustibles fósiles causantes del cambio climático, por un lado, y de proveedores tan poco amigables como Rusia, por otro. 

Hoy se constata que una Europa que se abastece de energía renovable es una Europa más segura en múltiples aspectos. En un momento en el que el concepto de autonomía estratégica es clave para el desarrollo de la Unión, esta cuestión debe ser central. No existirá autonomía alguna en Europa mientras esta no se dé en el ámbito de la energía, del que depende el conjunto de la economía. 

Una Europa que se abastece de energía renovable es una Europa más segura en múltiples aspectos. En un momento en el que el concepto de autonomía estratégica es clave para el desarrollo de la Unión, esta cuestión debe ser central.

La ciudadanía europea ha sido consciente de estas carencias durante dos crisis durísimas: en la pandemia, cuando Europa no contó con la posibilidad de acceder a suministros básicos como mascarillas o respiradores; y en la guerra desencadenada por la invasión de Ucrania, donde el debate ha pasado de preguntarse si Europa tendría el valor necesario para dejar de comprar gas y petróleo a Putin, y dejar así de financiar la guerra, a correr despavoridos a improvisar soluciones inmediatas conforme Rusia va cerrando, poco a poco, los suministros de gas. Nadie entendería que Europa no trabajara para conseguir cuanto antes esta autonomía estratégica en todos los aspectos.

Nunca se dijo que la transición ecológica fuera a ser fácil ni lineal. Supone repensar las bases del modelo económico, adaptar los modos de vida y la sociedad, e imprimir una fuerza transformadora que solo puede venir del lado de la política en colaboración con el resto de los actores. Ahora, paradójicamente, la guerra de Ucrania ha hecho que la situación sea más evidente, al ponernos delante del espejo de nuestras contradicciones, y más difícil, al situarnos en un precipicio que dificulta mirar más allá. Objetivo: mantener el rumbo.

Cristina Monge
Profesora de Sociología en la Universidad de Zaragoza
Es especialista en sostenibilidad y calidad democrática y en especial en la gobernanza para la transición ecológica, tema para el que colabora con diversas instituciones. Es analista política en El País, la Cadena Ser y otros medios de comunicación, presidenta de la Asociación Más Democracia y miembro del consejo asesor de LLYC.

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